Desde el término del paseíllo, cuando el público le obligó a saludar desde el tercio, hasta que se marchó a hombros por la puerta grande; la plaza de Bilbao estuvo entregada a Diego Urdiales. Y no es casualidad. Aún estaba muy presente esa cumbre torera del pasado año, también ante la corrida de Alcurrucén. Por eso Bilbao le esperaba. Y por eso Urdiales respondió. Otra vez, un año después, le cortó las dos orejas a un toro de los Lozano tras una faena que tuvo compases de soberbio toreo. Es verdad que el trasteo no fue redondo, que tuvo altibajos; pero igualmente cierto es que, por momentos, el riojano lo bordó. Especialmente con la mano izquierda. Justo en el ecuador de la faena, dos series de espléndidos naturales pusieron la plaza boca abajo. Frente al destoreo moderno, ese de pierna retrasada y retorcida figura, el toreo de verdad. El de siempre. El auténtico. Cargando la suerte, llevando al toro hasta atrás, templado, embebido. Y todo con suprema naturalidad y torería. Nada de látigos. Seda pura. Los adornos, de cartel; por abajo, sentidos. ¿Y la estocada? Monumental. Tras cuadrar al toro en la rectitud, Diego se tiró sobre el morrillo despacio, recreándose en la suerte. Un volapié como mandan los cánones.
Pero en la bella obra, Urdiales no estuvo solo. Frente a él, un tal Atrevido, un berrendo en colorado de imponente y preciosa lámina. Un toro que manseó en el primer tercio, pero que en la muleta rozó la excelencia. Fijo y pronto, el núñez de Alcurrucén repitió con nobleza, clase y humillación; pero también con fondo de casta. Un astado exigente que, por momentos, anduvo por encima de su matador. Un gran toro en el último tercio, sin duda; pero no de vuelta al ruedo en el arrastre. Demasiado honor para un animal que no aprobó el examen del caballo. Aunque, eso sí, teniendo en cuenta el comportamiento de sus hermanos... Porque, hay que ver que gran toro en tan pésima corrida. Y es que, al margen de ese segundo, el encierro de Alcurrucén fue un completo petardo. Una mansada sin casta alguna que desesperó a todos los presentes, toreros incluidos. Tras el triunfo en el primero de su lote, el ya consagrado como nuevo torero de Bilbao, tuvo que pechar con el sobrero quinto, un toro manso, deslucido y descastado, que no humillaba, se quedaba corto y salía distraído. De nuevo con gran suavidad, Urdiales le intentó robar muletazos por ambas manos, a media altura, y se justificó sobradamente.
El que también superó con nota tan importante tarde fue Ginés Marín. El jovencísimo torero de Jerez entró en Bilbao sustituyendo a Roca Rey y se ganó el respeto de Vista Alegre. Y todo, pese al infumable lote que le correspondió. Su primero, manso como casi todos y sin un ápice de casta, gazapeó mucho y tuvo cierta guasa. Marín, muy firme y dispuesto, se colocó en el sitio, echó muy bien la muleta, y a base de insistencia acabó robándole algún muletazo estimable. Con el noble y flojo sexto, volvió a demostrar su buen concepto en una labor que fue de menos a más y que a punto estuvo de tener premio.
Morante de la Puebla, por su parte, hizo lo que mejor sabe: cobrar. Con la desfachatez que le caracteriza, se marchó de Bilbao sin pegar un lance o muletazo decente. Y sí, es verdad que su lote estuvo compuesto por dos moruchos; pero lo mínimo que se debe exigir a un torero de su supuesta categoría es actitud. Pero, claro, pensándolo bien, ¿para qué va siquiera a disimular? Tiene la temporada hecha, y el año que viene, si quiere, volverá. Y no gratis...
-
Plaza de toros de Vista Alegre. 5ª de las Corridas Generales. Menos de tres cuartos de plaza. Se lidiaron seis toros de Alcurrucén (el 5º como sobrero), desiguales de presentación (algunos muy justos), mansos y descastados, salvo el 2º, de gran juego en la muleta y premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre.
-
Morante de la Puebla: pitos y bronca.
-
Diego Urdiales: dos orejas y silencio.
-
Ginés Marín: ovación con saludos y vuelta al ruedo.