Con el sol de cara y bañado en el generoso oro de su vestido recogía Javier Cortés la ovación de reconocimiento y cariño con la que Madrid volvió a refrescar su memoria tras el paseíllo. En chiqueros, una seria y más que potable corrida de El Pilar, con mucho que torear y que descorchó un gran y bravo toro como fue Bastardero. El de Getafe le cortaba una oreja sin discrepancias tras una faena profunda y de gran transmisión, pasaportada con una grandiosa estocada que yacía enterrada en el hoyo de las agujas. Sonrojante tarde para un invisible Tomás Campos, como valerosa y entregada, pero equivocada a su vez, la de Francisco José Espada.
Bastardero era un toro serio, alto de cruz y con perfil de viejo. Salió cumpliendo del peto, imponiendo una verdad sorda sin hacer un solo feo a los capotes. Madrid estaba muda, expectante, consciente de la importancia del toro y de lo que había que hacerle. Javier Cortés también, pues supo responder con él abriéndose por bajo de toreras maneras. Bastardero traía siete vagones en fila de a uno que descarrilaban en el andén derecho de la cadera del gachó madrileño. La bragueta presta y el vibrato del pulso de la muñeca verbalizado en aquellos muletazos mandones, que no supo ordenar del todo por el pitón zocato, donde el toro se desplazaba más aunque se entregaba menos. La estocada superlativa como pasaporte directo al toque de pelo.
A mucho menos se iría el sino que traía escrita la faena al 4°, con el que Cortés no encontró el punto de inflexión que levantara la obra, sabiendo que tenía media Puerta Grande abierta con aquello entre dos aguas. Muy entregado en redondo se le vio al de Getafe, frente a ese pilarico al que sin ser malo, le faltó mucho fondo de vida y de casta. En la retina quedó impregnada una trincherilla de apertura que pa qué las prisas.
Tremendamente superado se le vio al extremeño Tomás Campos toda la tarde. El astifinísimo colorado segundo traía en su embestir la importancia y la necesidad de hacerle las cosas con cabeza fría y buen gobierno. No fue así y el torero se pasó de faena buscando una salida que pusiera un rayo de luz a aquello. Como se pasó en la del 5°, que salió embistiendo con mucho poder y contada entrega sin salirse nunca del capote, para terminar por reventarlo en el caballo llegando a la muleta muerto sobre las patas. Tampoco encontró el camino el matador, que oyó el murmullo malo de Madrid antes de iniciar la faena. Porque cuando eso ocurre, ya tiene que venir Ancelotti y sus muchachos a hacerte un milagro de urgencia. El infame bajonazo tampoco ayudó.
Larguísima se dio la faena de un Francisco José Espada que demostró una seria firmeza con el manso tercero al que logró sujetarlo como buenamente pudo, consintiendo y tragando con la seriedad de la embestida que traía el de El Pilar. Que se movió y acabó entregándose en dos series por el lado derecho cuando el fuenlabreño le apretó de verdad. No había cogido la espada cuando sonó el aviso. Y se tiró encima atracándose de toro, dejando una estocada contraria de efecto fulminante.
Más entregado todavía se le vio en el sexto con el que se apretó y no le perdió la cara en ningún momento. Las ganas y la escasez de oportunidades hicieron confundirle con los tiempos y los terrenos. Como le pasó con el 3°, al que debió cerrar en las rayas en cuanto cantó la gallina, para que todo lo que tuviera se lo diera allí. Dos avisos y descabellos para una boda.