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Antonio Álvarez, médico jefe de La Cuesta: Si no puedo ir a un encierro y pasa algo, me siento culpable

Antonio Álvarez, médico jefe de La Cuesta: "Si no puedo ir a un encierro y pasa algo, me siento culpable"

Cristina P. Blasco

Antonio Álvarez lleva más de cuarenta años cuidando y curando a los corredores de La Cuesta de Santo Domingo. Donde no llega la protección del santo de la calle, ni la del capotico de San Fermín, están él, sus manos, su experiencia y su gran sabiduría. Persona amable y encantadora corría el encierro y después se ponía la bata blanca para atender a compañeros y amigos. Una enfermera le hizo pensar y hace muchos años que ya sólo trabaja en el encierro, pero lo vive como si todavía corriese. Un placer poder hablar con él y aprender tantas cosas del encierro y de La Cuesta.

Antonio, usted antes de ejercer de médico en La Cuesta fue corredor, ¿cuántos años lleva de médico ahí abajo? ¿Por qué hizo el cambio?

Estoy de médico desde que aprobé la última asignatura. La primera vez que actué en el encierro todavía no estaba ni colegiado, pero hubo una cornada a la altura de Casa Marceliano, estaba todo el mundo ayudando, me identifiqué como médico, todo el mundo se apartó y me dejaron actuar. Era una cornada en la zona lumbar. A partir de ese momento corría el encierro y hacía de médico. Después comencé a correr un día y otro a atender, y así hasta que un buen día una de Cruz Roja me dijo: “Doctor, ¿y si a usted le pasa algo quién le va a atender?”. Eso me hizo pensar y una vez que lo pensé, dejé de correr. Llevo 41 ó 42 años.

¿Qué tal ha ido el encierro de hoy?

No las tenía todas conmigo con el encierro de hoy, hay días que tienes una sensación rara. Puede ser que me haya levantado más tarde de lo normal y que no he ido con mi horario tranquilo, pero ha sido una carrera bonita, se han visto carreras bonitas. Este año en Santo Domingo han podido correr, a pesar de que los mansos iban delante, los toros iban abiertos con la manada estirada.

Y, ¿el parte médico?

El mío muy bien, porque el chico que ha tenido la luxación de rótula, al caer se le ha salido la rótula pero ya tenía antecedentes de luxación.

¿Y los encierros hasta ahora médicamente hablando?

En mi zona muy bien, han sido golpes sencillos quitando el del otro día del buey, que nadie se explica lo que hizo. Creo que el pánico o te paraliza o te hace saltar, y este hombre cuando vio el hueco entre la manada y los corredores lo que hizo fue intentar cruzar la calle, le cogió la manada por encima y no le hizo prácticamente nada: dos heridicas en la cabeza y una posible fractura de tobillo.

¿Qué tiene de diferente estar en el puesto de La Cuesta a otro de otra parte del recorrido?

No lo puedo decir porque no he estado nunca en otro. Si algún día me lo pidieran no sé si diría que sí.

Y, ¿qué tiene de especial trabajar como médico en La Cuesta?

Soy una pieza de más de La Cuesta. Están los de negro con cuernos, los mansos con cuernos, los de blanco que corren, los que están mirando…, pero todos trabajamos para lo mismo, nos necesitamos. Los corredores corren, se apartan bien, se ayudan entre ellos y si hay cualquier problema enseguida me avisan. Tienen unas normas que les he enseñado y en cuanto pasa algo levantan la mano, me miran, no los tocan, uno se encarga de estar con él y los demás de cuidarlo. Le hacen una especie de concha, bajamos lo de Cruz Roja, lo atendemos, hago un primer diagnóstico de presunción calculando lo que tiene y se decide el traslado al “hospitalico”.

Al “hospitalico” de Santo Domingo, ¿no?

Sí, yo le llamo el “hospitalico” porque en realidad era el antiguo hospital militar y es un espacio libre, amplio, con luz y con una puerta cerrada que nos deja trabajar con la intimidad que tiene que tener la asistencia sanitaria. Hay sitio para las heridas leves y sitio para las cosas serias, dividido en dos zonas separadas que una da tranquilidad para trabajar preciosa. Y los corredores saben lo que tienen que hacer y saben ayudar. Uno entra de acompañante y le hace el “seguro psicológico”: le da la “manica”, habla con él y lo tiene distraído.

¿Qué se siente en La Cuesta?

Siento lo mismo que sentía cuando corría. Me sigo atando las zapatillas dos veces y me siguen entrando las ganas de ir al baño cuatro o cinco veces. Tengo que pasar visita, es decir, los miro, vienen, me saludan y la frase famosa “hasta mañana”, nunca “hasta luego”. Cada uno se coloca en su sitio y es una sensación de que todas las piezas están en su sitio. Eso da tranquilidad, pero nervios los mismos. No paso miedo, pero sí mucho respeto.

¿Ha faltado algún día?

Sí, un día y no me lo explico. Me levanté a las cinco y media y llovía a cántaros. Pensé que con lo que llovía no habría encierro, me di media vuelta y me metí en la cama. Me llamaron a las ocho menos cinco para preguntarme dónde estaba. No pensé que encierro tiene que haber pase lo que pase, ya pueden caer como “chinos de punta”. Ese día mi cerebro desconectó. Esa vez he faltado. Desde hace unos pocos años, los sábados y domingos que no sean 7 ó 14 no estoy.

¿Cómo lo pasa cuando no está?

Lo paso muy mal. Me veo el encierro, lo repaso y si le pasa algo a alguno de los míos me siento culpable. De pedir perdón por no estar, de no haber podido ayudar. Faltaba una pieza, esa pieza soy yo y me arrepiento.

¿El momento más duro que ha vivido en La Cuesta?

La cosa más seria que he tenido fue un día que pensaba que no había pasado nada, me coloqué en la puerta para decirle a los demás que no había pasado nada y darles tranquilidad cuando bajó uno por la acera con las manos en el pecho. Me preguntó si era el médico y me dijo “mira”. Quitó las manos y no había carne. Lo pasé dentro y el toro le había abierto todo el hemitórax izquierdo. Lo tumbamos y era curioso, se veía una cosa oscura que se movía, era el corazón. Actúas por inercia, rezo para no quedarme con la mente en blanco. Con el guante le puse la mano encima, le hice un vendaje en válvula, así se fue. Con la mala suerte de que la primera ambulancia alta se la habían llevado y tuvo que ir en la mala, una ambulancia taxi de las horizontales.

¿Fue en los 80?

Sí, le acompañamos hasta el hospital. Se acordaba de su madre, los corredores siempre se acuerdan de su madre y nunca del padre. Le hacía hablar para que su pulmón derecho funcionase. Llegó al hospital y se salvó. Luego él lo contaba: Hizo la carrera y cuando llegó a Casa Marceliano tenía fuerza y se giró hacia la izquierda para ver si había más manada para seguir corriendo, al volverse, el pobre toro sin quererlo le cogió, le enganchó entre las costillas y se las abrió. Impresionaba ver mucho el corazón moverse.

Ahora lo contrario, ¿el más bonito?

¡Ah! Eso cualquiera, el de hoy por ejemplo. Una luxación de rótula, lo he distraído, se ha relajado el músculo y ha liberado la rótula, y ¡bom! se ha colocado en su sitio. “¿Ya no te duele verdad?” “No, ya no me duele”. Eso es una gozada, cuando haces algo, aciertas y quitas el dolor.

¿Qué es el Encierro?

Yo lo comparo con las Javieradas. La gente iba por devoción, por promesas, pero nadie sabe explicar el porqué, no tiene una explicación científica. Es algo que se siente. La gente que de mi edad que no ha corrido nunca nos mira raro a los que corremos. El que corre una vez o no vuelve o no se va. ¡Ah!, los que corren en Estafeta, cuando bajan a probar a Santo Domingo ya no se van. Santo Domingo es diferente, tú lo has vivido hoy, se vive de una forma hermanada. Hay mucho cachondeo, mucho saludo, mucha broma pero conforme se acerca la hora baja el volumen, hay un murmullo, no es un silencio, las caras cambian, se saludan con las cejas, se colocan en su sitio y buscan la referencia de los demás, “yo sé que corro detrás de fulano y me tengo que colocar de tal forma”. Es una especie de puzzle que las piezas sin darse cuenta se colocan cerca y de repente encajan. Llega el primer cántico, nada. Segundo cántico, ya cambia. Tercer cántico, eso es lo bonito. Se canta de forma diferente, el grito es diferente, es vibrante.

Chapu dice en su libro que no se canta, que se reza…

Exactamente. ¡Yo rezo a todo el santoral! Llego a las siete y media y me voy a ver si ha venido Fermín. Veo la imagen, me hago la señal de la Cruz y me voy. Me da serenidad. Ya estamos, San Fermín, Santo Domingo y yo.

O sea, San Antonio.

(Risas) ¡No! ¡San Antonio, no! Yo. Las piezas sanitarias ya están puestas: el del capote, el de la calle y si falta algo ahí estoy yo. Las enfermeras quieren estar conmigo, han estado en otros tramos y quieren venir ahí porque es diferente, otro mundo, una gozada. Santo Domingo es el sitio más peligroso y el más seguro. Cuando el Santo Domingo sube un toro por la izquierda….. El otro día ocurrió.

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