Una ancha escalera de hechuras de Román Sorando aguardaba en chiqueros como materia prima de la última del abono isidril, corrida homenaje al bicentenario del Cuerpo Nacional de Policía. Materia prima convertida en materia podrida, de auténtico deshecho, mansa, inválida y lejana del triunfo de un cartel que volvía a traer la procesión de la sevillanía con un Juan Ortega que se quedó inédito ante la orfandad de fuerza y casta de su lote. Una tarde de berrinche en berrinche en la que Aguado demostró falta de decoro y de conocimiento del toro que exige la plaza de Madrid, protestando la devolución de un inválido y cargándose al sobrero de Montalvo que hizo 6º bis. Como se cargaron Manuel Burgos y Chocolate, picadores de Urdiales, a 1º y 4º respectivamente.
Ni un sólo brindis de ningún coleta fue a parar al Cuerpo Nacional de Policía, en el día en el que la empresa quiso homenajearlo por su bicentenario. Tampoco es que hubiera mucho que brindar, y menos después de cómo se estaba poniendo la tarde. Que la abría Urdiales con el colorado astifino de Sorando al que Burgos se cargó desde el jaco, con dos agujeros enormes de la puya en la paletilla izquierda y en el espinazo. Lo que le hizo inservible y a su vez le convertía en inválido para la lidia, deslucidísimo en la muleta, en coma inducido.
La embestida con todo del 4º hacía sudar y maldecir a Urdiales, que se puso a bucear en un mar de dudas tragando saliva, sin saber por donde le venían los derrotes con tanta fiereza de falsa casta del cuajado toro de Román, habiéndole hecho peor de lo que ya era Chocolate con otra puya carnicera de tantas que se han visto en San Isidro. Diego lo pudo machetear por abajo, obligarlo a descolgar, aunque fuese lo último y lo único que hiciese en su feria, para intentar matarlo por arriba y salvar el crédito. Pero a Diego tampoco se le esperaba ya.
Cerró su discreta feria Juan Ortega con ese mansísimo 2º, muy rajado, buscando los chiqueros ya en banderillas. Lo difícil no era irse a torear al toro donde éste en teoría lo pidiese, es decir, al 5, lo difícil era sujetarlo. Buscando el de Sorando siempre la huida al hilo de las tablas en el sentido de las agujas del reloj. De ese reloj que no pudo parar con su toreo el trianero frente a ese manso redomado, con el que acertadamente prefirió abreviar dejando una estocada corta.
Con el inválido e impresentable jabonero 5º, que el palco no quiso devolver, volvía Ortega a naufragar en aguas de podredumbre ganadera.
La escalera seguía su curso y en el tercio de rehiletes de un animal fino, muy en Núñez total, e inválido por naturaleza al que el palco devolvió tras el segundo par que dejaba el tercero, vino la protesta de Aguado ante tal acertada decisión del usía. Algo que para cualquier torero con diferentes registros en la lidia para según qué toros, no debería ser motivo de alarma sabiendo que Madrid no consiente que se caiga el toro. Por muy buen aire que tenga, como éste demostró en los capotes. Lo que Pablo quería: la media alturita, entre sutilezas toreras bien llamadas labores de enfermería bóvida. En su lugar saltó el sobrero bien corraleado, zancudo, soso y descastado de José Vázquez, que no pasaba, venía gazapeando y midiendo, aún sin voluntad de coger.
El asamuelado 6º también fue devuelto por invalidez -el lastre de toda la corrida-, habiéndolo hecho embestir Juan Sierra en su percal. Pero a Pablo tampoco le gustó la decisión del presidente. Un sobrero de Montalvo amplio de cuna sería el encargado de cerrar esta pobrísima Feria de San Isidro, sin incluir la Beneficencia de mañana, masacrado en varas también por Salvador Núñez para dejarlo inválido de remate, además del macheteo de castigo constante y total con el que el sevillano lo muleteó queriéndolo tirar al suelo para pagar su berrinche. La bronca tras el arrastre y a la salida del coso fue como el propio coso: monumental.
Ficha del festejo:
Monumental de Las Ventas. Última de la Feria de San Isidro. Lleno de "no hay billetes". Se lidiaron 4 toros de Román Sorando, 1 de José Vázquez (3º bis) y 1 de Montalvo (6º bis), muy mal presentados, en una escalera de hechuras inverosímil; inválidos, mansos y desrazados. No destacó ninguno.
Diego Urdiales, de caña y azabache (silencio en ambos)
Juan Ortega, de verde esperanza y oro (silencio en ambos)
Pablo Aguado, de negro y plata (silencio y bronca)